La adicción tecnológica
Introducción:
Las adicciones químicas y comportamentales constituyen un desafío creciente para la salud pública mundial. Aunque el consumo de drogas ilícitas sigue afectando a más de 316 millones de personas, se observa un incremento paralelo de adicciones tecnológicas como el uso problemático de internet, videojuegos y juego online, especialmente en población adolescente.
Objetivo:
Analizar la magnitud, el impacto en la salud y los costes sociales de las adicciones comportamentales, comparándolas con las adicciones químicas y destacando tendencias emergentes.
Metodología:
Revisión narrativa de datos epidemiológicos (2023–2025) procedentes de organismos internacionales (UNODC, CDC, Plan Nacional sobre Drogas) y estudios clínicos recientes, con énfasis en población adolescente y joven.
Resultados:
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A nivel global, 1 de cada 17 personas entre 15–65 años consumió drogas ilícitas en 2023 (316 millones).
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En EE.UU., 1 de cada 4 personas mayores de 12 años (70,5 millones) usó drogas ilícitas o medicamentos de forma indebida.
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En España, el 20,5% de adolescentes (25,9% mujeres vs. 15,3% hombres) presenta uso problemático de internet.
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El 83,1% de adolescentes jugó videojuegos en el último año; el 5,1% cumple criterios de trastorno por uso de videojuegos.
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El 44,5% de adolescentes españoles consumió pornografía en el último mes, con una marcada brecha de género (68,4% hombres vs. 19,3% mujeres).
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El 5,5% de adultos españoles apostó online en 2024; el 1,4% presenta posible ludopatía.
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En términos de salud global, las adicciones contribuyeron a la pérdida de 28 millones de años de vida saludable (DALYs) en 2021.
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A pesar de esta magnitud, solo el 14,6% de las personas con trastornos adictivos accede a tratamiento.
Conclusiones:
Las adicciones comportamentales configuran una “pandemia silenciosa” comparable en impacto a las adicciones químicas, con consecuencias psicológicas (ansiedad, depresión, insomnio, aislamiento social) y sociales (costes económicos y ruptura familiar). La evidencia subraya la necesidad de educación digital temprana, programas preventivos en escuelas y el fortalecimiento de las políticas regulatorias frente al diseño adictivo de tecnologías digitales.
Discusión:
Los resultados de esta revisión ponen de manifiesto que las adicciones comportamentales han dejado de ser fenómenos marginales para consolidarse como un problema de salud pública global. Al igual que las adicciones químicas, comparten mecanismos neurobiológicos relacionados con la activación del sistema dopaminérgico de recompensa, lo que explica la similitud de sus consecuencias clínicas (Volkow & Koob, 2021). No obstante, a diferencia de las adicciones a sustancias, las comportamentales cuentan con una menor visibilidad en la agenda sanitaria y social, a pesar de afectar de manera creciente a adolescentes y jóvenes.
En el plano epidemiológico, los datos reflejan un paralelismo preocupante: mientras que 1 de cada 17 adultos en el mundo consumió drogas ilícitas en 2023 (UNODC, 2023), cifras comparables muestran que 1 de cada 5 adolescentes españoles presenta un uso problemático de internet (Plan Nacional sobre Drogas, 2024). De manera similar, en EE.UU. 1 de cada 4 personas mayores de 12 años usó drogas ilícitas o medicamentos de forma indebida (CDC, 2024), lo que evidencia que la magnitud de los trastornos adictivos —químicos o comportamentales— se encuentra en niveles equivalentes de impacto poblacional.
La adolescencia se configura como el grupo más vulnerable, tanto por la inmadurez neurocognitiva del córtex prefrontal como por la exposición temprana a estímulos digitales diseñados con dinámicas de refuerzo inmediato (likes, notificaciones, recompensas en videojuegos). Este hallazgo es consistente con estudios previos que señalan que entre el 7% y 11% de adolescentes a nivel global presenta algún tipo de adicción comportamental (Kuss et al., 2023). Además, la fuerte brecha de género encontrada —con predominio masculino en el juego y los videojuegos, y femenino en redes sociales y móvil— sugiere que los patrones de socialización y las diferencias culturales modulan la vulnerabilidad, lo cual exige enfoques diferenciados en prevención y tratamiento.
Otro aspecto relevante es la expansión de nuevas formas de adicción, como el juego online, el consumo problemático de pornografía o las plataformas de trading y criptomonedas. Estas modalidades, al estar mediadas por la inmediatez digital y la accesibilidad global, multiplican el riesgo adictivo y generan consecuencias psicológicas, sociales y económicas. El caso de las apuestas deportivas en España, donde los juegos de tipo III quintuplican el riesgo de adicción frente a modalidades tradicionales, ilustra la capacidad del mercado digital para potenciar la dependencia.
En términos de costes, las cifras son alarmantes. Los 28 millones de años de vida saludable (DALYs) perdidos globalmente en 2021 y el impacto económico de las sobredosis de opioides en EE.UU. (44,5 mil millones de dólares) demuestran que las adicciones, químicas o no, no solo constituyen un problema sanitario sino también económico y social de gran envergadura. Sin embargo, la tasa de acceso a tratamiento se mantiene baja: apenas el 14,6% de las personas con trastornos adictivos recibe atención, lo cual refleja un doble problema: el estigma social y la insuficiencia de infraestructuras terapéuticas.
Finalmente, el auge de la inteligencia artificial, el metaverso y las plataformas inmersivas plantea desafíos emergentes. La evidencia sugiere que el diseño de estas tecnologías incorpora mecanismos intencionales de retención y repetición compulsiva, lo que exacerba la vulnerabilidad adolescente y dificulta los marcos regulatorios, que suelen ir un paso por detrás de la innovación tecnológica. En este sentido, experiencias preventivas como el programa TRICO en Madrid, que ha demostrado reducir hasta en un 50% el uso problemático de internet y videojuegos, subrayan la eficacia de las intervenciones tempranas en contextos escolares y la necesidad de replicarlas en otros entornos.
En conjunto, los hallazgos reafirman la hipótesis de que las adicciones comportamentales representan una “pandemia silenciosa”, cuya magnitud e impacto requieren una integración urgente en las agendas de salud pública. Su abordaje exige una estrategia multifactorial que incluya: (1) educación digital desde la infancia, (2) políticas regulatorias más estrictas sobre publicidad y acceso a plataformas de riesgo, y (3) ampliación del acceso a tratamientos basados en evidencia.